domingo, 22 de marzo de 2020

No soy ningún “prodigio”, quiero hacer de Hijo Pródigo


Al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento (Jn 9, 1).
¡Pobre hombre! Al ser ciego de nacimiento jamás pudo ver a su mamá, ni el amanecer, ni los colores, ni el rostro de sus hijos. Ahí se pasaba el día entero, a la luz del sol, pero en medio de la oscuridad y de la indi­ferencia de todos. Jesús, me recuerdas otra historia: Era el primer día de primavera. El metro estaba a rebosar. Llegó a su parada de siempre y antes de subir las escaleras para salir, se paró ante un hombre que pedía limosna. Tenía un cartel: «Soy ciego, deme algo». Como director de Marketing de una gran empresa le pidió permiso para cambiar el texto. A partir de ese momento le llovieron las limosnas.
¿No seré yo también un poco ciego para las cosas de Dios?
Escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé» (que significa Enviado). El fue, se lavó y volvió con vista (Jn 9, 6).
Por la tarde, el director de Marketing de regreso a casa, vuelve a pa­sar. No se sabe cómo pero el ciego le reconoció: —¿Ha sido usted, verdad? —Por favor ¿Qué es lo que ha escrito en el cartel? Pues muy sencillo: «Hoy comienza la primavera pero yo no puedo verla» (cfr Eduardo Camino, Formar líderes). Benedito XVI en la Pascua 2012 nos decía. La oscuridad amenaza verdaderamente al hombre (…) La os­curidad acerca de Dios y sus valores son la verdadera amenaza para nuestra existencia y para el mundo en general.
Para poder ver, tengo que limpiar los ojos del alma en la confesión.
Propósito: Evitar cuidar cerdos, cueste lo que cueste.