Al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: «Éste es el Cordero de
Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29).
Jesús,
estas palabras me suenan ¿No es lo que dice el sacerdote en la Misa mientras
eleva y muestra la Sagrada Forma? Siempre me han intrigado… Éste es el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Yo, venga a mirar, venga a
mirar y nada. Ni cordero ni nada. Sólo veo lo que aparentemente es solo pan.
Menos mal que mi abuela, que además de santa es sabia, me ha explicado que
aunque no lo vea, estás ahí verdadera, real y sustancialmente y que al
Evangelista San Juan le encanta llamarte Cordero de Dios. ¿Serán caprichos o
complicidades del Discípulo Amado?
Jesús, como te gusta, yo también te
llamaré Cordero de Dios.
Al día siguiente estaba de nuevo Juan allí con dos de sus discípulos y,
fijándose en Jesús que pasaba dijo: «He aquí el Cordero de Dios» (Jn 1, 35-36).
Y sigue
la molestadera… ¡Otra vez el Cordero! Tu primo es reincidente. Para empezar,
los corderos no es que sean muy poderosos, no tienen cuernos, ni veneno, ni dan
miedo… ¿No hubiera sido mejor decir: “Este es el León de la tribu de
Judá” (Ap 5, 5) o “Este es el Señor de señores y Rey de
reyes” (Ap 17, 14)? Si tu Primo te llama Cordero de Dios es
porque te conocía bien: Aprended de mí que soy manso y humilde de
corazón. Jesús, tu fuerza es la del Amor, el Amor del que se da del
todo en la Cruz.
Jesús, este es tu estilo: nunca te
impones, sólo
propones tu Amor.
Propósito: Llamar a Jesús Cordero de
Dios y aprender de Él.