En aquel tiempo, Jesús fue a casa con sus discípulos y se juntó de nuevo
tanta gente que no los dejaban ni comer (Mc 3, 20).
Te veo
ocupado en tu trabajo, Jesús, y me admiro de que no quieras detenerte a comer.
Se te va el tiempo volando. Estás haciendo lo que te gusta: salvar a las almas.
Yo, cuando estudio, no me puedo estar quieto. Me levanto, como algo, juego con
el perro, veo la tele. Quizá me pasa esto porque no le he encontrado “el gusto”
al estudio. No veo que cada hora de estudio también es “salvar almas”: la mía,
para empezar.
No
pierdas la aviada: si te sentaste a estudiar y hacer tareas, aguanta hasta que
termines.
Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios,
ése es mi hermano y mi hermana y mi madre (Mc 3, 34-35).
Mejor
cumplido no podías haberle echado a tu Madre Santísima: la que cumple en todo y
para todo la voluntad de Dios. ¿Cuál es la voluntad de Dios para mí? Si soy de
“profesión u oficio” estudiante, será que esto es lo que tú, Jesús, esperas de
mí: ¡qué estudie! ¿Por qué entonces a veces me contento con sólo medio hacer
las tareas y responder los exámenes con lo que me acuerdo de las clases?
Si eres
de profesión estudiante, procura ser todo un profesional: no dejes de repasar
cada día aunque no haya examen al día siguiente.
Propósito: Estudiar, ¿qué otra
sugerencia esperabas?