El que tenga oídos para oír que oiga (Mc 4, 23).
Jesús, hace unos meses el Papa fue de
peregrino a Santiago de Compostela, entonces leí en una revista lo
impresionante que es eso del Camino de Santiago. Días y días
caminando desde Francia de peregrinos hasta la tumba del Apóstol Santiago,
donde los gallegos. Dicen que más que la espléndida vegetación de algunas
regiones, lo que más impresiona son las planicies inmensas de Castilla donde se
confunde en el horizonte el cielo con la tierra. Pensé en el Hijo Pródigo que
solo y en el silencio, debajo de una encina, “recapacitó”. En el
silencio del campo y en el del Sagrario se oye bien a Dios, porque habla Tú
hablas bajito, y hay que tener bien abiertos los oídos del alma.
Mira cómo evitar la contaminación
acústica –ruidos, música, tv, palabras vanas…– y escuchar más al Señor.
A la mañana, mucho antes de amanecer se levantó,
salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba (Mc 1, 35).
Jesús, Tú también necesitabas, como del
agua y del oxígeno, de esos momentos de silencio, de soledad para hablar con
el Padre. A mí me pasa igual: necesito hablar contigo, platicarte sin palabras
que llenen los silencios. No podemos olvidar, como escribe San Josemaría que “el
silencio es como el portero de la vida interior” (Camino 281). Jesús, el
silencio es un frágil tesORO que quiero regalarte: lo guardo con cuidado para
que Tú me hables, sabiendo que cualquier palabra lo puede romper.
Dar a Jesús cada día unos minutos del
“frágil” tesORO de mi silencio.
Propósito: Usar “silenciador” en la moto de mi alma.