Juan exclamó: Éste es el Cordero de Dios, que quita
el pecado del mundo (Jn 1, 29).
—Por favor… ¡dibújame un cordero! —¡Eh!
—Dibújame un cordero... Era lo último que podía esperar aquel aviador
extraviado en medio del desierto del Sáhara. Nos lo cuenta el Principito. Tras
varios dibujos fallidos: —Este cordero está muy enfermo. Haz otro; —No
es un cordero, es un carnero; — Este es demasiado viejo…, el piloto y
artista (incomprendido) garabateó su último dibujo: —Esta es la caja.
El cordero que quieres está adentro. —¡Es exactamente como lo quería! celebró
el Principito —¿Crees que comerá mucha hierba…? En la Misa, el
sacerdote dice antes de la comunión “Éste es el Cordero de Dios”. ¿Dónde está
ese cordero? En manos del sacerdote, y también en una “caja”, en el Sagrario.
No lo veo, pero ahí está. No podemos olvidar que lo esencial es
invisible a los ojos.
¿Quién le va a temer a un corderito?
¿Le temes tú?
Y Juan dio testimonio diciendo: He contemplado al
Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre Él (Jn 1, 32).
Jesús, usas te manifiestas de modos
sencillos de modo que cualquiera pueda entender. Bueno, no cualquiera, sólo la
gente sencilla. Primero nos dices que eres cordero. Nadie teme a un cordero.
Pero ningún “poderoso” de la tierra utilizaría un corderito como símbolo de
fuerza. El Espíritu Santo viene como paloma. Tampoco es que sea el ave más
popular para significar poder o dar terror. Sin embargo, es Dios mismo quien
está detrás.
No te dejes engañar. Lo sencillo suele
tener detrás a Dios.
Propósito: Visitar al Cordero que está en la “caja” (el Sagrario)