Por sus frutos los conoceréis: ¿acaso se cosechan uvas de los espinos o higos de las zarzas? (Mt 7, 16).
Jesús, a mí me gustan las uvas, pero ¿y los higos?: ¡guácala! Además, los frutos de los espinos y de las zarzas –si no estoy mal– son puras espinas; y de ésas sí que me he metido unas cuantas: ¡cuánto duele y cómo se te inflama la piel! Ahora que lo pienso más despacio, ¡cuánto he herido con mi comportamiento!: a mis papás, a mis herman@s, a mis profesores, a mis amig@s... ¿Acaso seré pescado, que sólo espinas tengo? ¿O quizá puerco espín?
u Sigue contándole a Jesús las espinas que ves en tu vida.
Así, todo árbol bueno da frutos buenos, y todo árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede dar frutos malos, ni un árbol malo dar frutos buenos. Por tanto, por sus frutos los conoceréis (Mt 7, 17-18. 20).
Pero no todo en mi vida son espinas. Pienso que también hay fruto. Yo quisiera ser como el árbol de mango: da fruto dos veces al año, existe una gran variedad; se come verde –con sal, sabe mejor y con chile sólo para los valientes– y cuando comienza a madurar, e, incluso, cuando está bien maduro. Hasta para jugar sirven, cuando se hacen guerras de mango. Jesús, ayúdame a portarme bien, para que mis obras den frutos.
u Ahora, has un recuento de los frutos que das. ¿Qué sabor tienen?: ¿dulces?, ¿ácidos?, ¿amargos?
Propósito: Sacarme algunas espinas y cultivar mango.