lunes, 21 de noviembre de 2011

Dale tú lo que le puedas dar


Alzando Jesús los ojos, vio unos ricos que echaban donativos en el cepillo del Templo; vio también una viuda pobre que echaba dos monedas pequeñas (Lc 21, 1-2).
Jesús, estabas agotado, y te sientas un rato. Todo el día predicando sin parar, curando, consolando. Aquel día después de una larga caminata para llegar a Jerusalén, quizá te pesaban las piernas y te sentaste solo un ratito, junto a la alcancía del Templo. El ruido de las monedas te hizo levantar la vista: Vio unos ricos que echaban donativos (...); vio también una viuda pobre que echaba dos monedas pequeñas. —¡Pedro, Santiago, Juan... todos!, ¡pronto, vengan!, dijiste. La generosidad de aquella mujer borró de golpe el cansancio de Jesús. –Sabed que esa pobre viuda ha echado más que nadie. Judas no entendía nada, no podía entender: —Pero si no vale nada lo que ha echado esta mujer, pensaba Judas. Y yo, ¿lo entiendo?
u  Dile a Jesús que te explique qué es la generosidad.
Alzando Jesús los ojos (lc 21, 1).
¿No has visto las lumbres de la mirada de Jesús cuando la pobre viuda deja en el Templo su pequeña limosna? -Dale tú lo que puedas dar: no está el mérito en lo poco ni en lo mucho, sino en la voluntad con que lo des (Camino 829). Mi generosidad, mi entrega, Jesús, es lo que te hace descansar, lo que te consuela. ¿Hasta dónde estoy dispuesto a ser generoso?
u  ¿¡Sólo!? ¡Qué poquito!
Propósito: No ser tan-lento en entregar mis talentos.