domingo, 27 de noviembre de 2011

¡Velad!


Velad entonces, pues no sabéis cuando vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a la medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos (Mc 13,33-34).
Jesús, la otra noche tuve un sueño feo. Soñé que recibía un regalo muy bien envuelto. El paquete era bastante grande y lo desenvolví con cuidado para no romper el papel. ¡Maniático que es uno! No es que el envoltorio fuera muy historiado, no; era un vulgar papel café. Cuando por fin, con mucho esfuerzo, conseguí quitar todos los tapes —sin romperlo—, e iba a sacar el contenido del paquete… me desperté. ¿¡Qué desilusión!? No. Entonces comprendí claramente, de golpe, que el regalo que Dios me quería hacer era el nuevo día y que mi tarea consistía en ir descubriéndolo, desenvolverlo poco a poco: la Sta Misa, el desayuno de Corn Flakes, la sonrisa de mi hermana, mis amigos, la pizza al mediodía… Jesús, cada día estoy rodeado de tanta belleza… Qué me dé cuenta.
u  Jesús, que bueno eres: me hablas hasta en los sueños.
Lo que digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad! (Mc 13,37).
Aquella otra niña, cuando era su cumpleaños, nada más despertar, buscaba el regalo que Dios le tenía preparado: a veces era un pajarito que cantaba, otras un arco iris, los cristales de la habitación empañados. Jesús, que sepa descubrir las bellezas que cada día encierra.
u  Jesús, tú eres el mejor regalo.
Propósito: ser agradecido.