lunes, 28 de noviembre de 2011

Solo el Amor es digno de Fe


Un centurión se le acercó rogándole: «Señor, tengo en casa un criado que está en la cama paralítico y sufre mucho» (Mt 8, 5).
Como en las películas de romanos… Jesús, me imagino al centurión ese como una especie de hispano, el protagonista de Gladiator, con su brillante coraza y su espada, todo lleno de cicatrices. Un centurión se le acercó… bien rodeado de su guardia pretoriana. Pedro, instintivamente, se llevó la mano a la espada, algunos retrocedieron, las Santas Mujeres, ahí, quietas… Pero ¿¡qué hace!? Se ha puesto de rodillas… a los pies de Jesús, llora, balbucea palabras incomprensibles. ¿Qué dice?
u  Para que aprenda del Centurión cuando me acerque a la Comunión.
«Señor, no soy digno de que entres en mi casa. Basta con una palabra tuya y mi criado quedará sano» (…) Os aseguro que en Israel no he encontrado a nadie con tanta fe (Mt 8, 6-9).
Jesús, la Fe y el Amor siempre van de la mano. La Fe del Centurión era consecuencia de su Amor. —¡Es que he perdido la Fe...! Decía desazonada una persona. Otro le hacía considerar que la Fe no se pierde como si fuera una llave: —La Fe no es como una piedrecita que se pierde, es más bien como un niño pequeño que se sostiene en brazos y se abraza. Quizá lo que Usted tuvo no fue Fe, sino pura superstición. La Fe, cuando es verdadera, nunca se pierde.
u  Pide a Jesús una fe gorda, gorda, más que la del Centurión.
Propósito: dormirme rezando Comuniones Espirituales.