lunes, 14 de noviembre de 2011

¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!


Pasa Jesús Nazareno. Entonces gritó: ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! Los que iban delante le regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte (Lc 18, 38-39).
Jesús, oigo voces. Como el ciego de Jericó, en mi oscuridad oigo voces a mi alrededor. Unas voces, las de los que se dicen mis amigos —pero en el fondo solo buscan cómplices, compinches—, quieren que no hable de Dios (lo llaman supersticiones). Quieren que me calle y me regañan: Muchos lo regañaban para que se callara. Otras voces, las de mis amigos de verdad, me ponen delante de Ti: Ánimo, levántate, que te llama. ¿A quiénes hago caso?
u  Jesús, que sea valiente y sólo haga caso a los buenos.
Ánimo, levántate, que te llama. Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: –¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: –Maestro, que pueda ver (Mc 10, 49-52).
El ciego Soltó el manto. Siempre me he preguntado ¿Cómo sería ese manto? ¿Qué tendría de especial? Me imagino un capote pesado y sucio, multiuso, de color indefinido y olor a humedad. Un manto asqueroso, pero era suyo, estaba apegado. El ciego Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Para acercarse a Jesús, para poder dar el salto y ver, hay que tirar el manto, estar desprendido de lo material.
u  ¿Cuál es mi manto?: BB, iPhone, mi descanso…
Propósito: soltar el manto…