Había un hombre que padecía una enfermedad desde hacía
treinta y ocho años. Jesús, al verlo tendido y sabiendo que llevaba ya mucho
tiempo, le dijo: ¿Quieres ser curado? (Jn 5, 3-4).
Jesús, ves a ese hombre que lleva tanto tiempo
paralítico ¡treinta y ocho años!— y te compadeces de él. ¿Quieres ser curado?, le
preguntas. Jesús, también a mí me haces preguntas: ¿Quieres que te ayude a
superar este o aquel defecto? ¿Quieres que te dé alas para volar en tu vida
interior? Jesús, te parecerá mentira pero… a veces te digo que no, que no
me interesa comprometerme (tener dirección espiritual, hacer un retiro,
asistir a una charla), no sea que me complique la vida. ¡Jesús no me dejes solo
con mi egoísmo!
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El amor de verdad
exige compromiso. ¿Me comprometo con Dios?
El enfermo le contestó: Señor, no tengo un hombre que
me introduzca en la piscina cuando se mueve el agua (Jn 5, 8).
¡Cuánta gente podría decir lo mismo!: Jesús, no tengo un hombre,
no tengo a nadie que me eche una mano, que me ayude, que me oriente; nadie que
me dé un buen consejo; nadie que me apoye cuando lo estoy pasando mal.
Jesús, de los que están a mi alrededor, ¿puede quejarse alguno de mí? Jesús,
que en el día del Juicio nadie pueda decir que no le ayudé. Ayúdame para que a
nadie le falte mi cariño, mi ayuda, mi palabra de cristiano.
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Dile a Jesús, a qué
personas estás dispuesto a ayudar.
Propósito: Hacer apostolado.