Si alguno guarda mi
palabra, jamás gustará la muerte. ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre
Abrahám, que murió? También los profetas murieron. ¿Por quién te tienes tú? (Jn
8, 52-53).
Jesús, pero ¡qué tipos tan pesados esos fariseos!
Cuántas veces se lo has repetido,
pero no se quieren enterar. En el fondo no buscan la Verdad sino
atraparte en alguna palabra para poder acusarte. Jesús, yo también, a veces, encuentro personas así: no les gusta la Verdad, son
alérgicos a la Verdad y
solo les interesa la manera de retorcer mis palabras, dejarme en ridículo, reírse de mí. Jesús, ayúdame a tener tu paciencia, esa
mansedumbre que Tú has tenido siempre con los que
no te comprenden.
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Como en el chiste: Jesús, dame Paciencia...
¡Pero
dámela
YA!
Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada vale (Jn 8, 54).
Cuántas veces, Jesús, estoy buscando el éxito personal, el lucimiento
propio: ser el más listo, el más guapo, el más inteligente, el más alto, y además ¡que se note! ¡Que todo el mundo lo diga! Jesús, ayúdame; quiero ser como aquel
torero, Antonio Bienvenida, que cuando en la plaza recibía los aplausos del público, dando la vuelta al ruedo,
miraba para arriba y saludaba —no al público
sino más arriba, al Cielo—, mientras por
dentro repetía: para Dios todo la Gloria,
para Dios toda la Gloria. Jesús,
ayúdame a ser más y mejor torero, atener humildad
y no andar buscando que me reconozcan.
·
Regálale a Jesús
toda tu gloria humana, y terminas.
Propósito: ser como el torero Antonio Bienvenida