En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido
en su patria (Lc 4, 24).
Jesús, estás en la sinagoga de Nazaret hablando a los
de tu pueblo. Allí están tus amigos y amigas de infancia con los que jugaste,
cantaste, te reíste. Ahí están también muchos conocidos a los que San José les
arregló una puerta o reparó unas goteras. No te reconocen. Jesús, tu infancia y
juventud habían sido tan normales que ahora no pueden aceptar tu Divinidad y
necesitan milagros como prueba. Yo también busco milagros, cosas extraordinarias
para creer. Jesús, que te sepa ver en lo ordinario, en las cosas de cada día.
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Sigue hablando con Jesús pidiéndole
la Fe para verle en lo
ordinario.
Al oír estas cosas, todos en la sinagoga se llenaron
de ira, y se levantaron, le echaron fuera de la ciudad y lo llevaron hasta la
cima del monte para despeñarle (Lc 4, 28-29).
Jesús, Tú no quieres hacer la exhibición, el milagrito
que te pedían. Prefieres la naturalidad. Jesús, que mi infancia y juventud sean
como la tuya, luchando en las típicas batallas de cada día: el minuto heroico,
esas horas de estudio bien aprovechadas, ordenar el cuarto, recoger la mesa,
dejar a otro el mejor sitio, no comer entre comidas, ser puntual para hacer mi
oración, ir cada semana a confesarme, etc. Quiero vivir tu vida oculta en
Nazaret, llenando el día de amor a Dios y a los demás.
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¿Cómo van tus sacrificios de
Cuaresma?
Propósito: Encontrarme a Jesús en lo ordinario.