Un hombre tenía dos hijos: el más joven de ellos dijo
a su padre: Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde. Y les
repartió los bienes. No muchos días después, el hijo más joven, reuniéndolo
todo, se fue a un país lejano y malgastó allí su fortuna (Lc 15, 11-12).
Jesús, ¡qué historia! Te reconozco, aunque quieras
esconderte, en el Padre amoroso de la parábola. Yo también me reconozco en el
hijo tonto y caprichoso. Me veo como ese joven lleno de dones, porque Tú me los
has dado: salud, inteligencia, estudios, simpatía, familia… Perdóname, Jesús,
porque a veces hago mal uso de mi libertad, me alejo de ti en busca de
diversión y acabo mal: cuidando cerdos.
·
Dile a Jesús que no
quieres caer en el pecado.
Aún estaba lejos, lo vio su padre y se compadeció; y
corriendo a su encuentro, se le echó al cuello y lo cubrió de besos (Lc, 15,
20).
Jesús, mira que era canalla el hijo pródigo: el
típico niño de papi que no ha ganado un peso en toda su vida, que se
queja de todo y por todo. Pero su papá no podía dejar de ser padre y el hijo,
por muy burro que fuera siempre sería su hijo. Jesús, así haces conmigo cada
vez que vuelvo a ti: Un Dios que perdona con abrazos llenos de ternura y besos,
lo cubrió de besos, se lo comía
a besos. Jesús, es lo que haces conmigo.
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Y yo, ¿me dejo querer
por Jesús en la Confesión?
Propósito: Volver las veces que haga falta.