domingo, 8 de febrero de 2015

Padre, no como yo quiera sino como Tú

La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dije­ron. Jesús se acercó, la tomó de la mano y la levantó. Al ano­checer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos (Mc 1, 29-31).

Jesús mío, es que no te dejaban tranquilo ni a sol ni a sombra, ni si­quiera al anochecer: te pasaste toda la noche atendiendo enfermos. San Pedro seguro que refunfuñaba y con su vozarrón de pescador gri­taba desde la puerta: ¡Qué esto no es Urgencias! ¡Pero por favor, dejad descansar al Maestro! Y desde fuera la gente le contestaba: ¡Claro! ¡Cómo ya te ha curado a tu suegra…! ¿Y quién me cura a mi hijo? ¿O a la sobrinilla? Y quizá incluso alguno también llevaba un cachorrito o un pajarito enfermo. Y Pedro, todo cortado, no supo que decir. La mirada sonriente de Jesús le sirvió de respuesta.

u  ¿A quién puedes llevar para que te lo cure?

Se levantó de madrugada se marchó al descampado y allí se puso a orar (Mc 1,36).

Jesús, ¿pero de qué hablabas tan temprano con tu Padre? De que iba a ser sino de aquella niña enferma: Padre, te doy gracias por haberme escuchado (Jn 11,41). Y también de ti y de mi… ¿De qué iba a hablar sino?

u  Jesús, que de mi solo puedas contar cosas buenas .


Propósito: dar de qué hablar a Jesús.