Se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres puedes limpiarme»” (Mc 1, 40).
—¡Un leproso! ¡¡Se acerca un leproso!! Gritó desgañitado uno de los discípulos. —No puede ser, ¡Que se habrá creído!, pensaron algunos mientras cogían piedras para tirárselas. En aquella época —ahora no— la lepra era incurable y se consideraba una maldición. Aquel leproso poco tiempo antes había sido un apuesto muchacho con mucho éxito entre las chicas. Primero fue una manchita blanca pero después perdió los rasgos de la cara y se convirtió en un… monstruito ambulante. —¡Qué alguien haga algo! ¡Qué asco! Se abrió amplio pasillo y aquel desecho humano habló: «Si quieres puedes limpiarme» Todos los ojos están puestos en Jesús.
u El pecado es la lepra del alma. Desfigura la imagen de Dios que llevo.
Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero: queda limpio. La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio” (Mc 1,45).
—¡Lo ha tocado! ¡Lo abraza! ¡Lo besa!... Y es que aquel pobre chico tocó previamente la fibra del corazón misericordioso de Jesús. Sintiendo lástima, como en la Viuda de Naím: Se compadeció de ella (Lc 7,13), y de golpe recuperó toda su salud. Como yo cuando me confieso.
u Jesús, ayúdame a nunca hacer “ascos” de nadie, ni de mi mismo.
Propósito: recuperar la salud.