Cuando
partía Jesús de allí, vio a un hombre sentado en el telonio, llamado Mateo, y
le dijo: Sígueme. Él se levantó y le siguió (Mt 9, 9).
Sin dudar,
sin chillar, sin alegar, sin quejarse, sin suspirar, sin mirar para atrás te
siguió San Mateo. Jesús, yo en cambio chillo, protesto, alego y me quejo cuando
algo me cuesta. ¡Quiero cambiar, Jesús!, quiero darte grandes alegrías: como
hacer caso sin andar dándole vueltas a la cosas; aunque me cueste, aunque sea
difícil, aunque luego diga que me voy a arrepentir de dejar de hacer lo que
estoy haciendo.
¨ Sigue por tu cuenta
pidiéndole a Jesús seguirle y hacer caso a la primera.
Pero él,
al oírlo, dijo: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos (Mt
9, 12).
Nunca falta
quién se agobia porque no es perfecto. Hay quién se bloquea mucho porque se da
cuenta que tienen defectos, que se equivoca, y más si los otros se dan cuenta.
Me decía un amigo, que la gente divertida suele ser la que no tiene miedo de
hacer el ridículo en público; y los aburridos, son lo que están todo el tiempo
con miedo de quedar mal ante los demás. Mis defectos, son tan ridículos, que de
seguro a ti, Jesús, te han de dar risa; a la vez, quieres curarlos, cambiarlos.
Me quieres divertido, pero sanino.
¨ La próxima vez que
descubras que te equivocaste, ríete un poco de ti mismo; y ve a refugiarte a
los brazos de Jesús.
Propósito: hacer reír a Jesús.