jueves, 19 de octubre de 2017

Dónde está tu tesoro, allí estará tu corazón

Un hombre rico tuvo una gran cosecha. (...) Y se dijo a sí mis­mo: «Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe y date buena vida» (Lc 12, 16.19).
Jesús, el papá de mi amigo tiene un carrazo, último modelo. Cuando lo lava, utiliza botellas de agua mineral para, dice él, no rayar la pintura. Creo que se pasa un poco. Lo que en el fondo le pasa es que en él se cumple aquello de Donde está tu tesoro allí estará tu corazón. Por eso me recuerda al hombre de la parábola. Se ha hecho esclavo de sus bienes y aunque se diga túmbate, come, bebe y date buena vida, no es capaz, pues siempre querrá tener más y más y más… ¡Qué agobio!
No dejarme esclavizar por los videojuegos, internet, celular y demás.
Pero Dios le dijo: «Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?» Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios (Lc 12,20).
Como aquella señora sorda que preguntó en el funeral si el difunto había dejado mucho... -Todo, señora; lo ha dejado todo, le contestaron. Y entonces ¿de qué sirve acumular tantas riquezas? Jesús, solo merece la pena invertir en Bonos del Tesoro, pero del Tesoro en el Reino de los Cielos. Amontonad en cambio tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni la he­rrumbre corroen, y donde los ladrones no socavan ni roban. Porque donde está tu tesoro allí estará tu corazón (Mt 6, 20-21). ¡Merece la pena!
Jesús, te nombro mi asesor financiero. ¡Máxima rentabilidad!

Propósito: no ser tan agobiado.