Te doy gracias Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque lo has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has
revelado a la gente sencilla. Si, Padre, porque así te ha parecido mejor (Lc
10,21).
Era un 18 de enero de 1945. Cracovia (Polonia) recién
liberada. De aquel soldado ruso aprendí muchísimo —recordaba Juan Pablo II—,
sobre la manera con la que Dios se abre camino en el pensamiento de las
personas que viven bajo condiciones que niegan sistemáticamente su existencia.
No había entrado jamás en una iglesia. Tanto en la escuela como en el trabajo,
siempre había oído negar la existencia de Dios. El soldado insistía: —En mi
país nos repiten continuamente que Dios no existe. Pero yo siempre he sabido
que existe, y ahora quiero saber algo más sobre Él. Entonces Karol se convenció
de que la verdad sobre Dios está inscrita en el espíritu de las personas
sencillas y que ningún sistema, ninguna ideología podrá extirpar esta verdad.
¿Busco aprender más de Dios?
¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! (Lc
10,23).
Ver a Dios es muy sencillo y asequible. Lo ven
hasta los niños. No hacen falta ni microscopios, ni telescopios, ni
periscopios, ni artilugios. Para poder ver a Dios lo único que hace falta es
sencillez y limpieza de corazón: Bienaventurados los limpios de corazón
porque verán a Dios.
Pide a Jesús sencillez y limpieza de corazón, y que luego se
te revele.
Propósito: antes muerto que
complicado.