Se encontró delante un hombre enfermo (…). Preguntó
«¿Es lícito curar los sábados, o no?» Ellos se quedaron callados (Lc 14, 1-6).
Un conocido escritor cuenta que allá en
diciembre de 1936, en un momento en que temió por su vida, decidió pasarse a
Francia y su papá le acompañó hasta la frontera. Al pasarla, los gendarmes
franceses le registraron y cachearon y, en sus bolsillos encontraron un papel
que, sin que él lo advirtiera, había introducido en ellos su papá momentos
antes de cruzar la frontera. Era una brevísima carta que decía: No mates
a nadie, hijo. Tu padre, Joaquín.
Una palabra, una sonrisa, un gestos, un olvido… pueden matar
un alma.
Si a uno de vosotros se le cae al pozo el hijo o el
buey, ¿no lo saca enseguida, aunque sea sábado? (Lc 14, 1-6).
La carta era realmente conmovedora, sobre todo
en aquel momento. Porque lo lógico hubiera sido que en esa circunstancia un
papá hubiera aconsejado a su hijo: Ten cuidado, no te maten. Pero
aquel papá sabía algo muy importante: que es mucho más mortal matar que
morir. Ésta es la razón por la que Dios, cuando nacemos, nos pone a todos
en el bolsillo de la conciencia otra carta que dice: No mates a nadie,
hijo. Tu padre, Dios. Y no lo olvidemos, hay formas muy sutiles de
matar: Matar la Inocencia, Matar la Fe, Matar el Tiempo…
¿Qué más mensajes te ha dejado tu Padre Dios en el bolsillo
de tu conciencia?
Propósito: no matar… ni a una
mosca. Laudato si!