lunes, 30 de octubre de 2017

No mates a nadie, hijo. Tu padre, Dios

Se encontró delante un hombre enfermo (…). Preguntó «¿Es lícito curar los sábados, o no?» Ellos se quedaron callados (Lc 14, 1-6).
Un conocido escritor cuenta que allá en diciembre de 1936, en un mo­mento en que temió por su vida, decidió pasarse a Francia y su papá le acompañó hasta la frontera. Al pasarla, los gendarmes franceses le registraron y cachearon y, en sus bolsillos encontraron un papel que, sin que él lo advirtiera, había introducido en ellos su papá momentos antes de cruzar la frontera. Era una brevísima carta que decía: No mates a nadie, hijo. Tu padre, Joaquín.
Una palabra, una sonrisa, un gestos, un olvido… pueden matar un alma.
Si a uno de vosotros se le cae al pozo el hijo o el buey, ¿no lo saca enseguida, aunque sea sábado? (Lc 14, 1-6).
La carta era realmente conmovedora, sobre todo en aquel momento. Porque lo lógico hubiera sido que en esa circunstancia un papá hubiera aconsejado a su hijo: Ten cuidado, no te maten. Pero aquel papá sabía algo muy importante: que es mucho más mortal matar que morir. Ésta es la razón por la que Dios, cuando nacemos, nos pone a todos en el bolsillo de la conciencia otra carta que dice: No mates a nadie, hijo. Tu padre, Dios. Y no lo olvidemos, hay formas muy sutiles de matar: Matar la Inocencia, Matar la Fe, Matar el Tiempo…
¿Qué más mensajes te ha dejado tu Padre Dios en el bolsillo de tu conciencia?

Propósito: no matar… ni a una mosca. Laudato si!