miércoles, 25 de octubre de 2017

¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!

Pasa Jesús Nazareno. Entonces gritó: −¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí! Los que iban delante le regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte (Lc 18, 38-39).
Jesús, oigo voces... Como el ciego de Jericó, en mi oscuridad oigo vo­ces a mí alrededor. Unas voces son las de los que se dicen mis amigos, pero en el fondo solo buscan compinches, cómplices, quieren que no hable de Dios (lo llaman supersticiones). Me dicen que me calle y me riñen: Muchos lo regañaban para que se callara. Pero también he oído otras voces, las de mis amigos, los de verdad, los que me ponen delante de ti: Ánimo, levántate, que te llama. ¿A quiénes hago caso?
Lo primero es oír pero luego viene el actuar.
«Animo, levántate, que te llama.» Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: –«¿Qué quieres que haga por ti?» El ciego le contestó: – «Maestro, que pueda ver.»” (Mc 10, 49-52).
El ciego Soltó el manto… Siempre me he preguntado ¿Cómo sería ese manto? ¿Cómo el niño de la mantita en Snoopy? ¿Qué tendría de espe­cial? No sé pero me imagino un capote pesado y sucio, multiuso, lleno de manchas, de color indefinido y olor a humedad. Un manto asque­roso, pero era suyo y solo suyo…, estaba apegado. Era su tesoro, −¡Mi teessssoro…! El ciego Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Para acercarse a Jesús, para poder dar el salto y ver, hay que tirar el manto, estar desprendido de lo material.
¿Cuál es mi manto?

Propósito: Tirar el manto.