«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?» Él le contestó: «Si,
Señor, tu sabes que te quiero» (Jn 21, 15-17).
Hace unos días la Iglesia
celebró a San Pascual Bailón. Es uno de mis santos predilectos. Sobre todo por
lo de Bailón. O ¿es qué para ser santo hay que tener la cara triste y
aburrida? ¿Y Jesús, bailaba…? Pues claro que sí: primero entre los brazos
amorosos de su madre mientras le dormía; después, en la plaza con sus amigos. Hemos
tocado la flauta y no habéis bailado… y por último, en el Vía Crucis,
tambaleándose, bien agarrado a la Cruz.
Y yo, cuando bailo, ¿le dejo sitio a Dios?
Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» (Jn
21, 19).
Aquella chica que sin
buscarlo, en una encerrona de sus malas amigas, se vio metida en una pista de
baile entre los brazos de un chico pulpo. Como este se arrimaba demasiado le
dice: —Oye, ¿tú crees en Dios? —Pues, si, claro. —Pues vamos a dejarle
sitio, ¿vale? Decía San Agustín que el que canta reza dos veces. ¿Y el que
baila? Pues el que baila… ¡El que baila –afirmaba Juan Pablo II– reza tres
veces! Pedid lo que queráis y se os concederá.
¿Me divierto dejándole siempre sitio a Jesús?
Propósito: bailar al Niño Jesús.