martes, 14 de febrero de 2012

Domingo 5. Padre no como yo quiera sino como Tú


La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la tomó de la mano y la levantó. Al anochecer, cuando se puso el Sol, le llevaron todos los enfermos (Mc 1, 29-31).
Jesús mío, es que no te dejaban tranquilo ni a sol ni a sombra, ni siquiera al anochecer; te pasaste toda la noche atendiendo enfermos. San Pedro seguro que refunfuñaba y con su vozarrón de pescador gritaba desde la puerta: ¡Qué esto no es un hospital! ¡Pero por favor, dejen descansar al Maestro! Y desde fuera la gente le contestaba: ¡Claro! ¡Como ya te ha curado a tu suegra…! ¿Y quién me cura a mi hijo? ¿O a la tía? Y quizá incluso alguno también llevaba un perrito o un pajarito con el ala rota. Y Pedro, todo avergonzado, no supo qué decir. La mirada sonriente de Jesús le sirvió de respuesta.
u  ¿A quién puedes llevar para que lo cure?
Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar (Mc 1, 35).
Jesús, ¿pero de qué hablabas tan temprano con tu Padre? —De qué iba a ser sino de aquella niña enferma: Padre, te doy gracias por haberme escuchado (Jn 11, 42). O de aquel otro que no pudo salvar: Padre, no como yo quiero, sino como Tú (Mt 26, 39). Y también de ti y de mí… ¿De qué iba a hablar si no era de nosotros? 
u  Jesús, que de mí solo puedas contar cosas buenas.
Propósito: dar de qué hablar a Jesús.