Cuando
salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó:
Maestro bueno ¿qué haré para heredar la vida eterna? (…) Jesús se le quedó
mirando con cariño (Mc 10,17. 21).
Jesús,
aquel muchacho tenía muy buenas intenciones y muy buenas cualidades: era un
¡autentico atleta!: se le acercó corriendo, y a la vez sabía ser humilde se arrodilló.
Seguro que tendría la mirada limpia, vida limpia, buena presencia… Vamos, un
chico diez, como yo… más o menos. ¡Y quería ir al Cielo! ¡Buscaba la
santidad! …como yo. Por eso le miraste y me miras con tanto cariño. Jesús, yo
también soy buen deportista, cumplo los mandamientos desde pequeño, me
confieso, acerco almas a Dios… Jesús, y a mí, ¿qué más me falta?
u Dile a Jesús que tu también quieres saber que más espera de ti.
Una
cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así
tendrás un tesoro en el cielo y luego sígueme. A estas palabras, el se
entristeció y se marchó pesaroso (Mc 10,21).
Jesús,
¿qué tendría?: ¿tres tristes cabras? ¿unas higueras polvorientas? ¿una casa de
campo?... ¿qué tendría?... Jesús, que pena de muchacho. Se marchó triste, vivió
triste y murió triste repitiendo: tres tristes cabras comen trigo…
Jesús, Tú eres la mejor inversión, quiero invertirlo todo, mi vida, entregártela
sin condiciones. Si me miras con cariño y me llamas entonces seré muy feliz.
u Que haga un buen negocio con mi vida, que no la malgaste en mí.
Propósito: Y a mí ¿qué más me falta?...