miércoles, 17 de septiembre de 2014

Los lanzados

Se parecen a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros: «Tocamos la flauta y no bailáis, cantamos lamentacio­nes y no lloráis.» (Lc 7, 32)
A veces me siento así, Jesús. No quiero rezar, pero a la vez quisiera ser el que más cerca de ti está. No quiero ayudar en la casa, y a la vez quisiera que dijeran que soy el más servicial. Así andaba una vez, hasta que mi mamá me dijo: pero vos, al final de cuentas ¿qué querés? A ti Jesús, te contesto, pues que quiero ser buen hijo de Dios, quiero ser buen hijo de mis papás. Ese objetivo claro me tiene que levantar, como el corredor que aunque se cae y pierde la competencia, de todas formas se levanta y llega a la meta.
u  Ante la pereza, ideas claras: ¿quién quieres ser? Luego levántate y ponte en marcha hacia esa meta.
Vino Juan el Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis que te­nía un demonio; viene el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: «Mirad qué comilón y qué borracho, amigo de re­caudadores y pecadores» (Lc 7, 33-34).
Y en mi camino hacia ti, Jesús, no faltarán los criticones. Los que no tienen otro oficio que hablar mal del prójimo o andar chismoseando. Y por andar fijándose tanto en ellos, termina uno haciéndolos leña, y al final de cuentas es uno tan criticón como ellos. Por eso, ayúdame a tener la mirada fija en ti, y no en el qué dirán. A ser coherente y no prestarme al chisme.
u  Pídele a Jesús dominar tu lengua.

Pensar cuál es mi meta en mi vida y contársela a Jesús.