¡Ay de ti,
Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran realizado
los milagros que han sido hechos en vosotras, hace tiempo que habrían hecho
penitencia sentados en saco (Lc10,13)
Corazaín y Betsaida eran dos
ciudades magníficas que Jesús visitó con frecuencia e hizo muchos milagros,
pero las pobres no se enteraron de nada. De hecho nada se sabe de Corazaín.
La ciudad desapareció, hasta ahora, sin dejar rastros arqueológicos. Jesús,
algo parecido puede suceder en mi alma: vienes a verme a menudo, me das de
comer en la Eucaristía, me limpias en la Confesión, pasamos unos momentos
estupendos en la Oración… ¡Haces milagros patentes! Y yo ¿me entero? ¡Ay de ti,
Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida!: ¡Ay de ti Rocío! ¡Ay de ti Inés!
¡Ay de ti Juan! ¡Ay de ti...! Que no te enteras, contreras. Jesús, que
de una vez por todas me entere.
Habla
con Jesús y dile que le “quieres” y que te “quieres enterar”.
Quien a
vosotros oye, a mí me oye; quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia (Lc
10, 16).
¡Qué pesado el cura! ¡Qué rollazo de charla!... ¿Otra Misaaaá?...
¡Es que me aburre…! Quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia. El
sacerdote, quien sea, es un pobre hombre, hecho de la misma mala pasta que
todos, pero… está ungido, es Cristo. Es Cristo y a través de él, Cristo
me habla… aunque se repita. Jesús te pido por todos los sacerdotes.
Pide
por todos los sacerdotes empezando por el más cercano.
Propósito: Que no me pase como a Corazaín, que se esfumó.