martes, 14 de octubre de 2014

Tú eres el Hijo de Dios

Cierto fariseo le rogó que comiera en su casa. El fariseo se quedó extrañado al ver que Jesús no se había lavado antes de la comida (Lc 11,38)
Aquel hombre, el fariseo, no podía ser amigo de Jesús. Se dejó llevar por las apariencias, por las primeras impresiones, por la crítica. Pero lo peor era que juzgaba las intenciones, era falso, casaquero, rollero. El apóstol Bartolomé “alias” Natanael, también se dejó llevar por las pri­meras impresiones: —¿De Nazaret puede salir algo bueno? (Jn 1,46). Pero no era retorcido, complicado interiormente. Reconoció su error y se ganó los elogios de Jesús: —Aquí tenéis un verdadero israelita en quien no hay doblez (Jn 1, 47). Jesús ¿Cómo soy yo por dentro? ¿Tengo doblez? ¿Por qué juzgo tanto? Ayúdame a no ser falso, hipócrita, murmurador, a saber rectificar cuando meta la pata.
¿Me dejo llevar por las primeras impresiones?
El Señor le dijo: Así que vosotros, los fariseos, purificáis por fue­ra la copa y el plato, pero vuestro interior está lleno de rapiña y maldad”. (Lc 11,39)
Jesús, que bien conoces los corazones, no te quedas en los hechos, en las apariencias. Le contestó Natanael: —¿De qué me conoces? —Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la hi­guera, te vi (Jn 1,48). Me ves y te llenas de alegría porque encuentras un corazón limpio, sin maldad.
En lo que queda de oración invita a Jesús a conocer tu corazón.

Propósito: lavarme las manos antes de comer, sin ser fariseo.