Por eso
desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones (Lc 1, 48).
Miguel
de Unamuno, en 1929, durante su destierro en Hendaya (Francia) iba cada día a
orillas del mar: leía el evangelio de San Juan y contemplaba nostálgico la
costa de su añorada España. Las olas que, incansables, irrumpían en la playa,
le recordaban el paso lento de las cuentas de un “Rosario”: un rosario
cósmico rezado por el mar. Y es que el Rosario es como el eco de una ola que
choca contra la orilla, la orilla de Dios… y otra ola que viene de Dios: Dios
te salve María…,
una ola viene; Santa
María… otra ola va.
Jesús:
hago el propósito de rezar cada día con más cariño el Rosario.
Porque ha
puesto los ojos en la humildad de su esclava (…) ha hecho en mí cosas grandes
el Todopoderoso (Lc 1, 48-49).
¿Quién
se ha cansado jamás de ver y oír el mar? La
vuelta monótona de las olas rompiéndose en espuma blanca en la orilla es una
melodía que nunca cansa. El rezo diario del Rosario, la repetida repetición de
palabras de amor a nuestra Madre, nunca cansa: Dios te salve, María / las
olas vienen; / Santa María, / las olas van. // Dios te salve, María, / rezan
las olas; / Santa María, reza la mar. // Dios te salve, María, / es el Rosario,
/ Santa María, / sin acabar. // Gloria al Padre; un punto / sonríe el Padre, /
y reza el mundo, /Amén, / y Dios también (Unamuno, Cancionero. Diario
Poético).
Dale
gracias a Jesús por su Madre.
Propósito: hacer olas.