Entró Jesús en el Templo y se
puso a echar a los vendedores, diciéndoles: Escrito está: Mi casa es casa de
oración y vosotros la habéis convertido en una cueva de ladrones (Lc 19,
45-46).
Jesús,
entras en el Templo de Jerusalén, y te lo encuentras todo lleno de suciedad, de
animales y vendedores. Han convertido la casa de tu Padre en una cueva peor que
la de Alí Babá y los Cuarenta ladrones. Esta escena me recuerda
que mi alma en gracia es Templo del Espíritu Santo y, por tanto, es también
Casa del Padre y tuya. ¿Cómo cuido mi alma? ¿Está llena de animales, de vicios,
de suciedad? Jesús, cada vez que comulgo, cada vez que entras en el templo de
mi alma, ¡qué vergüenza y qué pena, si no está lo suficientemente limpia!
¡Ayúdame!
Dile a Jesús que no quieres que tu alma sea una
cueva de ladrones.
El celo de tu casa me consume (Jn
13, 16).
Jesús,
entras con el látigo. El celo de tu casa me consume. A veces yo también tengo
que entrar en mi alma, que es tu templo, con el látigo a lo Indiana
Jones. He de cortar por lo sano con modos de vivir, con vicios
adquiridos, con la impureza, con algún ambiente… He de entrar con el látigo
contra la tibieza, que me hace flojo en la lucha por ser santo, y decir ¡basta!
Quiero hacer de mi alma un lugar en el que estés a gusto: limpio, generoso,
lleno de cariño y de amor.
Hacer de Indiana Jones en mi alma.
Propósito:
Echar a Alí Babá y llamar a Indiana Jones.