Había un juez en una ciudad que
ni temía a Dios ni le importaban los hombres (Lc 18, 2).
Jesús, ese
pobre hombre, mucho juez y todo lo que quieras, pero era un egoísta de tomo y
lomo. No le importaba nada ni nadie, solo su bienestar. Su religión era su
estómago o quizá un poco más abajo. Y es que cuando se vacía el Cielo de Dios,
se llena la tierra de ídolos: dinero, salud, sexo, éxito. En plan intelectualoide
tendría teorías para justificar su ateísmo y rebatir mitologías
cristianas. Y el pobre, al alejarse de Dios, poco a poco, quizá sin darse
cuenta, también se fue alejando de los hombres. Jesús, para poder amar de
verdad a todos tengo que estar cerca de ti, quererles como Tú les quieres, con
tu corazón.
Di a Jesús que no quieres ídolos, que le
quieres a Él, y con Él a los demás.
Ya que esta viuda está
molestándome, le haré justicia, para que no siga viniendo a importunarme (Lc
18, 2).
Jesús, con
esta parábola me dices que te gustan las personas que como yo, que insisten en
sus peticiones. La primera condición de la oración es la perseverancia; la
segunda, la humildad .—Sé santamente tozudo, con confianza. Piensa que el
Señor, cuando le pedimos algo importante, quizá quiere la súplica de muchos
años. ¡Insiste!..., pero insiste siempre con más confianza (Forja 535).
Aprende de los niños a ser empeñado, hasta
fastidiar. A Jesús le gusta.
Propósito:
ser necio (en la oración).