Cuando la
gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí se embarcaron y fueron a
Cafarnaúm en busca de Jesús.
Jesús, te
quieren y te buscan. Tienen que remar con esfuerzo, quizá con el viento en
contra, a Contra corriente, como esa canción que me gusta tanto: Quiero
volver a sentir / Escuchar solo tu voz / Que me diga aquello / Que todas las
mañanas repetía en sueños / A contracorriente, a contracorriente… Jesús,
ser cristiano es saber ir a contracorriente del ambiente dominante, como nos
decía Juan Pablo II: La humanidad tiene necesidad imperiosa del
testimonio de jóvenes libres y valientes que se atrevan a caminar
contracorriente. Jesús, solo a los peces muertos se los lleva la
corriente.
El ir contracorriente
no se trata de llevar la contraria ni ser anti-todo.
Al
encontrarlo en la otra orilla del lago le preguntaron: Maestro, ¿cuándo has
venido aquí? (Jn 6, 22-29).
La corriente —con palabras de Benedito XVI— es
el estilo de vida superficial, incoherente e ilusorio que a menudo nos
arrastra, nos domina y nos hace esclavos del mal. Y en mi cabeza sigue sonando la dichosa canción: Y
salgo y te busco y no veo el momento / Me asusto / Te vuelvo a buscar /
Corriendo a contracorriente / Sentir que no te encuentro entre tanta gente /
Que viene, que corre / Y no escucha su mente. Jesús quiero escuchar solo tu voz en mi corazón que me
dice: Venga, contracorriente como las truchas, como los salmones, venga,
vamos.
Dile a Jesús que quieres escuchar su voz.
Propósito: ser antídoto, no anti-todo.