Vosotros
sois la luz del mundo. (…) No se enciende una luz para ponerla debajo de un
celemín, sino sobre un candelero a fin de que alumbre a todos los de la casa
(Mt 5, 14-15).
Jesús, a
veces pienso que soy el patito feo de mi familia, de mi clase, de mis
amigos. Y empiezo a darle vueltas: que si nadie me aprecia, que si nadie me
quiere, que si no se me valora… y termino convenciéndome de que, en el fondo,
será por algo... Y encerrado en mí mismo le doy vueltas y revueltas, tantas que
acabo mareado y tristón. Hasta que un día, alguien, me hace caso, se fija en mí
y de golpe y porrazo me doy cuenta que no soy tan horrible. Jesús, estas cosas
que me pasan son manifestaciones de encerrarme en mí mismo, de egoísmo. Jesús,
líbrame de mí mismo.
Habla tú con Jesús y
dile lo que te brote durante dos o tres minutos.
Alumbre
así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y
glorifiquen a vuestro Padre (Jn 3,15).
Jesús, me
hizo gracia. Era una Misa de Domingo al aire libre en un solar en el que algún
día se construirá una nueva parroquia. Mientras un sacerdote celebraba, otro
confesaba en un confesionario portátil. Cerca unos niños jugaban en un montón
de arena. Un pequeñín, con la cara llena de mocos y tierra, se acercó al que en
ese momento estaba confesando, para que lo limpiara. Este no lo pensó dos
veces y con su limpia alba liberó al chiquitín de tanta suciedad. ¡Qué buena
limpieza! Los tres se quedaron contentos…
Jesús, ¡enciéndeme!
Propósito: iluminar
con mi sonrisa.