Si os he
hablado de cosas terrenas y no creéis, ¿cómo ibais a creer si os hablara de
cosas celestiales? (Jn 3, 12).
Háblame,
Jesús, del Cielo. Muéstrame, Señor, el lugar que me has preparado. ¿Cómo es?,
¿qué haremos?, ¿dónde está?, ¿será divertido?, ¿se juega al fútbol?, ¿hay
pizza? Perdona mis preguntas tan tontas. Pero ya ves, Señor, así somos los
humanos. San Josemaría nos dice: Si el Amor, aún el amor humano, da
tantos consuelos aquí, ¿qué será el Amor en el Cielo? (Camino 428).
Imagínate el Cielo y pásmate con la belleza de
la Reina del Cielo: María.
Pues nadie
ha subido al Cielo, sino el que bajó del Cielo, el Hijo del Hombre (Jn 3, 13).
Jesús, Tú
has bajado del Cielo. Ahí está tu Padre y tanta gente. ¿Cómo es el Cielo? El
Cielo es siempre nuevo, siempre distinto, sin cansancio y sin empalago. Es toda
la luz y el color, es la música y la dulzura, es alegría que nadie me puede
quitar. El cielo es AMOR. Un amor que no se oxida, un amor limpio que fascina,
embellece, que es siempre como la primera vez. Y sobre todo, en el Cielo
estaré contigo, Jesús de mi alma, para siempre. Allí, junto a María la Reina,
toda hermosura… en el Cielo, junto a los Ángeles, junto a millones de almas
buenas, eternamente felices… para siempre, para siempre.
Dile a Jesús que, con su ayuda, quieres ir al
Cielo y terminas.
Propósito: ir al cielo, pero sin escalas (Purgatorio).