Sus padres
iban todos los años a Jerusalén (…) Pasados aquellos días, al regresar, el
niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que lo advirtieran sus padres (Lc 2,
41-43).
“¿Dónde está
Jesús? —Señora: ¡el Niño!... ¿dónde está? Llora María. — Por demás hemos
corrido tú y yo de grupo en grupo, de caravana en caravana: no le han visto.
—José, tras hacer inútiles esfuerzos por no llorar, llora también… Y tú… Y yo.
Yo como soy un criadito basto, lloro a moco tendido y clamo al cielo y a la
tierra…, por cuando le perdí por mi culpa y no clamé. Jesús: que nunca más te
pierda…” (San Josemaría, Sto. Rosario).
Jesús ¿me duele cuando te
pierdo? Pero de verdad ¿me duele?
Y al cabo
de tres días lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los doctores (Lc
2, 46).
¿A qué estaría
jugando el Niño Jesús? ¿Al Escondite? Quizá, por eso se perdió. Madre mía, yo
también, a veces, me pierdo, o mejor dicho me echo a perder. Me pierdo porque
me escondo de tu Hijo. Empiezo medio en broma diciéndole “a que no me
agarrás”, pero acabo en serio alejándome de Él, pensando que me quiere
complicar la vida, que nadie vive eso que Él quiere que yo viva… Sin embargo,
al final me doy cuenta de que detrás de los muros de mi egoísmo o bajo la
montaña de mi pereza ¡qué mal se está sin Él! ¡Qué soledad! ¡Qué tristeza! Voy
a terminar ésta 9ª dejándome encontrar por Jesús de nuevo en la Confesión.
¿Ya te ha encontrado?
Propósito: Dejarme encontrar.