viernes, 23 de diciembre de 2016

El cielo viene a la tierra

Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación (Lc 21, 28).
Tengo que apurarme, mañana es Noche Buena y pasado Navidad. Y yo pensando en los regalos del Gordito vestido de rojo. Jesús ayúdame a levantar la cabeza al cielo, a no pensar en las cosas de la tierra. O mejor, como soy un borrico, yo te enseñaré la tierra y Tú me enseñarás el cielo… Dijo un filósofo que el hombre es bípedo (tiene dos pies) porque reza, en cambio los cuadrúpedos sólo están mirando a la tierra, a su vientre y a sus miserias. Tú me enseñarás a vivir en la tierra y a disfrutarla contigo, llevando todas las cosas a Ti, “con los pies en la tierra y la cabeza en el cielo”. Sí, para eso viniste a la Tierra para hacerla un Cielo. Que no me despiste, Jesús, que las cosas de la tierra no me separen de Ti.
¿De qué “cuadrupedades” me puedo liberar?
Rey de las naciones y Piedra angular de la Iglesia, ven y salva al hombre que formaste del barro de la tierra (Aleluya).
Salvar, liberar… un Rey que se hace también barro, como nosotros, para salvarnos, para liberarnos. ¡Y a mí, me cuesta tanto ser humilde! Me con­taron que en la Iglesia de la Gruta de Belén sólo hay una puerta y que mide poco más de un metro, para recordar a todos cuál fue la entrada de Dios a la tierra “la humillación” y cuál es el camino para encontrar a Jesús “la humillación”. Yo no soy importante, Jesús, pero a veces se me sube el apellido y la soberbia: ayúdame a ser más humilde para recibirte mejor.
Yo quisiera, Jesús, recibirte con la humildad de tu Madre.

Propósito: Hoy hacer muchos favores.