Esa
generación se parece a niños sentados en las plazas que, gritando a sus
compañeros, dicen: os hemos cantado al son de la flauta y no habéis bailado; os
hemos cantado lamentaciones y no habéis llorado (Mt 11, 16-17).
Jesús, ¡qué bien
se los pasaban contigo tus discípulos! Les pones ejemplos chistosos,
divertidos, para que se rían. Recuerdas canciones infantiles que cantabas
rodeado de otros niños en aquellos largos atardeceres de Nazaret. Debía ser
algo parecido al “tin marín, yo no fui, fue tete…”. Y al que le caía
tenía que hacer la penitencia. Yo sí que tengo que hacer penitencia, Jesús,
pero no porque lo dice el “tin marin” sino por mis pecados que ensucian
mi alma.
Pídele perdón a Jesús por
tus despistes y por tus “pecaditos” y “pecadotes”
Ha venido
Juan que no come ni bebe y dicen… Ha venido el Hijo del Hombre que come y bebe
y dicen… (Mt 11, 18-19).
Criticar lo sabe
hacer cualquiera. Una hermosísima vidriera gótica puede ser destrozada de una
pedrada, pero hacerla es harina de otro costal. “Pero la sabiduría se
acredita por sus propias obras” (Mt 11,19). Son las obras lo que cuentan.
En vez de criticar tanto, yo ¿qué hago? Jesús, ayúdame a llenar mi vida diaria
de obras buenas, a no juzgar lo que me parece malo. A usar mi lengua para
comprometer a otros en obras buenas y no para hacerles corte y confección... ya
me entiendes.
Termina dando gracias a
Dios por tantas obras buenas.
Propósito: Usar la lengua para hacer
apostolado.