Hoy nos ha
nacido un Salvador: el Mesías, el Señor (Lc 2, 11).
La Virgen despertó
a San José para que pudiese adorarlo, antes que nadie, al Niño Dios. Cuando la
Virgen le tocó el hombro, San José quiso enseguida ayudar en lo que hiciera
falta, pero casi al instante comprendió que el nacimiento de Jesús había sido
milagroso. Vio que la Virgen María, más guapa que nunca porque ya era Madre sin
dejar de ser Virgen, tenía en sus brazos al Niño Jesús dormidito y envuelto en
pañales. San José no dijo nada. Ni siquiera se atrevió a tomar al Niño, para no
despertarlo. Se puso de rodillas y lloró sin poder contener la emoción y la
dicha, mientras María se hacía la fuerte por no soltar las lágrimas.
Felicita a la Virgen y al
Señor San José por lo guapo que es el Niño.
Lo
envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre (Lc 2, 7).
La Virgen le dejó
que se desahogara y luego le entregó al Niño, mientras Ella preparaba el
desayuno. San José tenía unas ganas enormes de apretar a Jesús junto a su pecho
y comérselo a besos, pero se contuvo. Con sólo verlo dormir en sus brazos, se
sintió el hombre más feliz del mundo. De pronto se oyeron las voces y los
cantos de los pastores que venían llenos de impaciencia buscando al Niño Jesús.
San José, después de entregar al Niño a la Virgen para que lo acostara en el
pesebre, salió al encuentro de los pastores y se enteró de lo que les habían
dicho los Ángeles. Después los llevó junto al Niño y todos contemplaron lo hermoso
que era.
¡A la cola que está sola!
Ponte a la cola para contemplar al Niño.
Propósito: No colarme. Colarme… y
decirle cosas amorosas al Niño.