martes, 20 de diciembre de 2016

Repartir alegría

El ángel, entrando en su presencia, dijo: –«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú eres entre las muje­res.» (Lc 1, 28).
Veo al Ángel. Está nervioso. Repasa lo que va a decir. No todos los días da noticias tan importantes. Toma aire y se siente seguro porque los pla­nes de Dios tarde o temprano siempre llenan de alegría a quienes los aceptan. La Navidad es alegría porque nace Jesús, y al nacer, se que­da con nosotros. Nos alegra su nacimiento pero más aún su presencia. Jesús, estás en el Sagrario, en mi alma en gracia, en los pobres y necesi­tados de la vuelta de la equina. Estas de mil maneras a mi lado y ahora me pregunto ¿estoy alegre, entonces?
Como decía san Josemaría: si no estás alegre, “-Piensa: hay un obstáculo entre Dios y yo. -Casi siempre acertarás” (Camino, n. 662).
María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38).
Quizá parte de la tristeza que a veces le puede venir a uno sea por culpa de la desobediencia. Algo así como lo de Adán y Eva que no le hicieron caso a Dios y se comieron la manzana. A lo Shakespeare: ¿obedecer o no obedecer?, esa es la cuestión. Ayúdame, Jesús, a entender que obedecer en una cosa chiquita que hace más agradable la vida de mi familia, da alegría a mis papás, ayuda a mis hermanos… La Virgen lo entendió, y de su obediencia vino un gran bien.
No pienses en lo que cuesta sino en el bien que haces obedeciendo.

Propósito: darle una alegría a mamá.