José
subió a la ciudad de David llamada Belén con María (…) Y sucedió que, estando
allí, le llegó la hora y dio a luz a su hijo primogénito (Lc 2, 4-7).
En Belén hay más tráfico que en Los
Próceres a hora pico: pastores, camellos, ángeles, reyes, estrellas,… todos
quieren ver al Niño Dios. Menos mal que San José pone un poco de orden, por
algo es descendiente de reyes. ¡Qué gracioso es el Niño! Míralo, todo un Dios
envuelto en pañales… Nadie llega con las manos vacías. Todos quieren hacer
regalos al Niño y le traen pañales de repuesto y algún peluche, alfalfa para el
burrito, manzanas para la Virgen, y un bastón nuevo para San José… En Belén
todos salen ganando porque cada regalo es correspondido con una sonrisa del
Niño. ¡Qué bien pagados se sienten!
Mi regalo: visitar a Jesús en el Sagrario
acompañado de alguien.
María
guardaba todas estas cosas en su corazón» (Lc 2, 19).
Y yo, ¿cómo ando de generosidad?,
¿qué puedo llevarle al Niño y a su Madre? “Por favor, no le des de lo que te
sobra; dale algo de valor que realmente te cueste: tu tiempo, caprichos de
ropa, confesarte más a menudo”, me dijo un día mi mamá. El Niño Jesús recoge
mis regalos con ojos encendidos y se los da a su Madre que “los guarda en el
corazón”. San José, en recompensa, me deja cargar al Niño que se duerme
escuchando los latidos de mi corazón. ¡Mi corazón! Eso es lo que quiere. ¿Por
qué no se lo doy enterito?
Dile a Jesús que le das tu corazón “Tómalo,
tuyo es y mío no”
Propósito:
Un regalo que me cueste…