El
ángel, entrando en su presencia, dijo: –«Alégrate, llena de gracia, el Señor
está contigo; bendita tú eres entre las mujeres.» (Lc 1, 28).
Veo al Ángel. Está nervioso. Repasa
lo que va a decir. No todos los días da noticias tan importantes. Toma aire y
se siente seguro porque los planes de Dios tarde o temprano siempre llenan de
alegría a quienes los aceptan. La Navidad es alegría porque nace Jesús, y al
nacer, se queda con nosotros. Nos alegra su nacimiento pero más aún su
presencia. Jesús, estás en el Sagrario, en mi alma en gracia, en los pobres y
necesitados de la vuelta de la equina. Estas de mil maneras a mi lado y ahora
me pregunto ¿estoy alegre, entonces?
Que nada te aparte de Jesús.
María
contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc
1, 38).
Quizá parte de la tristeza que a
veces le puede venir a uno sea por culpa de la desobediencia. Algo así como lo
de Adán y Eva que no le hicieron caso a Dios y se comieron la manzana. A lo
Shakespeare: ¿obedecer o no obedecer?, esa es la cuestión. Ayúdame, Jesús, a
entender que obedecer en una cosa chiquita que hace más agradable la vida de mi
familia, da alegría a mis papás, ayuda a mis hermanos… La Virgen lo entendió, y
de su obediencia vino un gran bien.
No pienses en lo que cuesta sino en la alegría
que das obedeciendo.
Propósito:
Darle una alegría a mi mamá