Cuando
llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús
lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, como está mandado en la Ley
del Señor (Lc 2, 22-23).
Jesús, tus padres José y María –que
te querían mucho– te llevaban al Templo de Jerusalén. A mí también mis papás
–que me quieren mucho–, me llevan cada domingo a Misa. Pero no lo hacen sólo
por “cumplir la ley”, por el cumplimiento (cumplo-y-miento). Yo en cambio me
hago el rogado, pero al final voy. Jesús, en la Eucaristía me esperas para
alimentar mi alma. ¡Sufres tanto con las almas desnutridas, “raquíticas”, con
las “almejas” (almas pequeñas)! “Al que escandaliza a uno de estos pequeños,
más le valdría que le encajaran en el cuello una piedra de molino y lo tiraran
al mar” (Lc 17, 2-3). Y como gozas con las almas cachetonas, bien
alimentadas, con tu Cuerpo.
Pide por todos los papis para que lleven a sus
hijos a Misa.
El niño iba creciendo y
robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba
(Lc 2, 40).
“Llevo 20 años yendo a Misa y no
me acuerdo de ninguna homilía. Eso de ir a Misa ¡no sirve para nada!”, se
justificaba aquel hombre. Y su amigo le explicó: “Llevas 20 años comiendo 3
veces al día y ni siquiera puedes recordar lo que has comido hoy. Pero si no te
hubieras alimentado cada día, ahora estarías muerto”. Jesús, gracias por
alimentarme cada semana.
Dile que quieres tener un alma “cachetona”.
Propósito:
No hacerse el rogado para ir a Misa.