sábado, 6 de octubre de 2018

A vista de niño, ver a Dios


Te doy gracias Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque lo has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Si, Padre, porque así te ha parecido mejor (Lc 10,21).
Era un 18 de enero de 1945. Cracovia (Polonia) recién liberada. De aquel soldado ruso aprendí muchísimo — recordaba San Juan Pablo II —, sobre la manera con la que Dios se abre camino en el pensamien­to de las personas que viven bajo condiciones que niegan sistemáti­camente su existencia. No había entrado jamás en una iglesia. Tanto en la escuela como en el trabajo, siempre había oído negar la existen­cia de Dios. El soldado insistía: —En mi país nos repiten continuamen­te que Dios no existe. Pero yo siempre he sabido que existe, y ahora quiero saber algo más sobre Él. Entonces Karol se convenció de que la verdad sobre Dios está inscrita en el espíritu de las personas sencillas y que ningún sistema, ninguna ideología podrá extirpar esta verdad.
Premios Nobel, filósofos, intelectuales, pero si no se conoce a Dios hay un vacío. ¿Con quién puedo hacer apostolado?
¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! (Lc 10,23).
Ver a Dios es muy sencillo y asequible. Lo ven hasta los niños. No hacen falta ni microscopios, ni telescopios, ni periscopios, ni nada. Para poder ver a Dios lo único que hace falta es sencillez en la vista y limpieza de corazón: Bienaventurados los limpios de corazón porque verán a Dios.
Pide a Jesús sencillez y limpieza de corazón, y que luego se te revele.
Propósito: graduarme la vista en la próxima confesión.