domingo, 28 de octubre de 2018

¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!


Pasa Jesús Nazareno. Entonces gritó: −¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí! Los que iban delante le regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte (Lc 18, 38-39).
Jesús, oigo voces... Como el ciego de Jericó, en mi oscuridad oigo voces a mí alrededor. Unas voces son las de los que se dicen mis ami­gos, pero en el fondo solo buscan compinches, cómplices, quieren que no hable de Dios (lo llaman supersticiones). Me dicen que me calle. Pero también oigo otras voces, las de mis amigos, los de ver­dad, los que me ponen delante de ti: Animo, levántate, que te llama. ¿A quiénes hago caso?
Jesús, a mí no me calla ni mi abuela (que, por cierto es una santa).
«Ánimo, levántate, que te llama.» Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: –«¿Qué quieres que haga por ti?» El ciego le contestó: – «Maestro, que pueda ver.»” (Mc 10, 49-52).
El ciego Soltó el manto…. Siempre me he preguntado ¿Cómo sería ese manto? ¿Cómo el niño de la mantita en Snoopy? ¿Qué tendría de especial? No sé pero me imagino un capote pesado y sucio, multiuso, lleno de manchas, de color indefinido y olor a humedad. Un manto asqueroso, pero era suyo y solo suyo…, estaba apegado. Era su teso­ro, −¡Mi teessssoro…! El ciego Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Para acercarse a Jesús, para poder dar el salto y ver, hay que tirar el manto, estar desprendido de lo material.
¿Cuál es mi manto?
Propósito: enterarme de quién es ese niño de la manta en Snoopy.