sábado, 13 de octubre de 2018

Habla, Señor. Tu siervo escucha


Pero Él replicó: Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan (Lc 11, 28).
Jesús, me da risa cuando en la radio ahora dicen eso de radio-escuchantes y ya no usan el término radio-oyentes. Quizá se han dado cuenta de que una cosa es escuchar, poner atención, y otra oír, que es más pasivo: por un oído me entra y por otro me sale. Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios. Y, yo, Jesús en la oración ¿qué hago? ¿Te oigo o te escucho? Tú, Jesús, me dices las cosas claras, a veces muy claras, clarísimas, demasiado claras, pero… no me doy por enterado. No hay peor sordo que el que no quiere escuchar.
Dile a Jesús que quieres ser su escuchante: Jesús, estoy a la escucha.
María guardaba todas estas cosas ponderándolas en su co­razón (Lc 2,19).
Jesús es una frase que se repite mucho sobre la Virgen. Tras encontrar al Niño perdido tres días en el Templo de Jerusalén, su Madre guar­daba todas estas cosas en su corazón (Lc 11, 51). Nuestra Madre no sólo escucha la palabra de Dios, sino que también la atesoraba, la guardaba: Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan (Lc 11, 28). Escuchar, guardar, atesorar, acau­dalar, considerar, custodiar, meditar, rumiar, masticar…lo que Jesús me diga.
Dile también a Jesús que quieres enriquecerte, atesorar sus palabras.
Propósito: estar a la escucha.