domingo, 14 de octubre de 2018

Tú no quieres a Dios, tú solo cumples mandamientos


En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acer­có uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: –Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? (Mc 10, 17).
Jesús, acabas de bendecir a los niños de aquel pueblo. Se te hace tarde y tienes que irte. Te acompañan los lugareños, cuando de re­pente aparece el hombre-bala: se le acercó uno corriendo, se arrodi­lló…. Jesús, no sé, pero cuando considero la actitud del joven rico me parece cada vez más falsa. Sobreactúa, es teatrero. Recuerda a lo que hacen algunos delanteros para celebrar un gol: van corriendo al corner y se deslizan de rodillas sobre la hierba... ¿Pero por qué espera a que salgas de la ciudad? ¿No pudo hablar antes contigo de forma más discreta? Eso de ir corriendo y ponerse de rodillas, montar el nu­merito me parece algo forzado.
Jesús, que no haga teatro contigo y te pregunte con sinceridad.
Todo esto lo he guardado —le dijo el joven— ¿Qué me falta aún? (Mt 19, 20).
En el fondo el chico lo que buscaba era quedar bien. Está orgulloso de sí mismo, le gusta ser el centro de la atención y lo manifiesta claramen­te: ¿Cuáles?... ¿Qué me falta aún?... –Maestro, todo eso lo he cumpli­do desde pequeño. Pobre. No estaba preparado para seguir a Cristo. Es el peligro de reducir la fe a cumplir mandamiento. Jesús, sin darme cuenta yo también pretendo comprarte cumpliendo mandamientos.
Dile a Jesús que la cosa más monstruosa es un cumple-mandamientos.
Propósito: no ser un cumple-mandamientos, que sea generoso.