miércoles, 24 de octubre de 2018

Soy Templo del Espíritu Santo


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete (Lc 12, 39-48).
Mi alma es una casa, pero no es una casa cualquiera, es el Templo del Espíritu Santo. Jesús, que además de habitante eres el arquitecto y el decorador; has enriquecido mi alma con la Fe, con preciosas co­lecciones de virtudes, con los dones del Espíritu Santo... Los ladrones, que lo saben, merodean por los alrededores buscando por dónde entrar. Lo intentan a través de los ojos por medio de imágenes sucias; a través de los oídos cuando admito críticas o marujeos; a través de la boca cuando hablo mal de alguien. Lo intentan pero no lo consi­guen, porque el dueño de la casa está vigilante. Jesús, nunca roba­rán lo que te pertenece.
La mejor compañía de seguridad: la ayuda de tu Ángel Custodio.
Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá (Lc 12,48).
Vida, salud, familia, abuelos, colegio, play station, dos piernas, ami­gos, regate, mi perro, simpatía, tu Madre Santísima... tantas cosas. Jesús, me has dado tantas cosas solo por mi cara bonita, hasta la cara bonita. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá. Y yo ¿Qué te doy?: mi ratito de oración, mi tiempo de estudio, mi ayuda en casa... ¿Qué más, Jesús? ¿Qué más te puedo dar?
Pregunta a Jesús que más le puedes dar…

Propósito: mis ojos, mis oídos, mi lengua y mi corazón.