Cuando des una comida o una cena, no
invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos
ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado (Lc 14, 12-13).
Jesús, a mí, lo que de verdad me cuesta, es invitar a bocadillo,
sobre todo cuando es de jamón: ¡me encanta! En los recreos los de mi clase,
como moscas, zumban a mi alrededor: —me das…—sólo un poco… —¡porfa…! Y
yo les intento explicar que hay que ser hermanos pero no primos,
pero al final siempre acabo cediendo y les invito. Jesús, ayúdame a ser más
generoso desde el principio, a ser como Tú.
¿A qué
me cuesta invitar?: bocadillo, chuches, mi tiempo, mi amistad...
Cuando des un banquete, invita a pobres,
lisiados, cojos, ciegos: dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán
cuando resuciten los justos (Lc 14, 14).
Aquel chico fue sorprendido mientras se comía el bocadillo en el
oratorio, muy cerca del Sagrario: —Pero niño, en el oratorio no se come…
—Es que Jesús es mi mejor amigo… ¡es el único que no me pide! Jesús, Tú sí
que eres mi mejor amigo, el gran Amigo: siempre me invitas, y te das del todo;
te como a besos en cada Comunión.
Hago
el propósito de invitar a mis amigos a que me acompañen a Misa.
Propósito: invitar más.