sábado, 8 de octubre de 2016

Habla, Señor. Tu siervo escucha

Pero Él replicó: Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan (Lc 11, 28).
Jesús, me hace gracia cuando en la radio ahora dicen eso de radio-escuchantes y ya no usan el término radio-oyentes. Quizá se han dado cuenta de que una cosa es escuchar, poner atención, y otra oír, que es más pasivo: por un oído me entra y por otro me sale. Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios. Y, yo, Jesús en la ora­ción ¿qué hago? ¿Te oigo o te escucho?. Tú, Jesús, me dices las cosas claras, a veces muy claras, clarísimas, demasiado claras, pero… no me doy por enterado. No hay peor sordo que el que no quiere escuchar. ¡Abuelo el audífono! Voy a ponerme un audífono en el alma para escu­charte siempre.
Dile a Jesús que quieres ser su escuchante: Jesús, estoy a la escucha.
María guardaba todas estas cosas ponderándolas en su co­razón (Lc 2,19).
Tras encontrar al Niño perdido tres días en el Templo de Jerusalén, Su Madre guardaba todas estas cosas en su corazón (Lc 11, 51). Nuestra Madre no sólo escucha la palabra de Dios, sino que también la ateso­raba, la guardaba: Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan (Lc 11, 28). Escuchar, guardar, ateso­rar, acaudalar, considerar, custodiar, meditar, rumiar, masticar…lo que Jesús me diga.
Dile también a Jesús que quieres enriquecerte, atesorar sus palabras.

Propósito: estar a la escucha.