Zaqueo, jefe de publicanos y rico,
trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era
bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo (Lc
19, 2-4).
Fui a visitar a mi tía Carmelita Descalza y mientras llegaba, —ya
se sabe, esperando la eternidad no se tiene prisa—, mi vista tropezó, junto al
torno con una frase de la Santa: En Dios, mirar es amar, me gustó. En el
locutorio se lo comenté y en seguida me respondió de carrerilla, como quien lo
tiene bien experimentado. Mira, que te mira, mira que te mira; mira que te
mira, mírale... Y es que para un alma contemplativa la mirada es muy
importante: Contemplar es mirar y sentirse mirado (amado).
En la
oración, mírale y déjate mirar… Porque mirar es amar.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó
los ojos y dijo: –Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu
casa (Lc 19, 5-6).
La mirada amorosa se Jesús… El Papa Francisco, comentando este pasaje:
Zaqueo se adelantó, buscó la altura desde donde ver mejor, y se dejó mirar
por el Señor. Sí, dejarse mirar por el Señor, dejarse impactar por el dolor
propio y el de los demás; dejar que la pobreza y el fracaso nos quiten los
prejuicios, (…) y que —de ese modo— podamos sentir la llamada: Zaqueo, baja
en seguida (…). Lo mejor es dejar que el Zaqueo que hay dentro de cada uno
de nosotros se deje mirar por el Señor y acepte la invitación a bajar.
Zaqueo
se dejó mirar por el Señor ¿Y yo?
Propósito: mirar, dejarme mirar y luego,
bajar.