¡Ay de vosotros, que edificáis los
sepulcros de los profetas, después que vuestros padres los mataron! (Lc 11,
47).
Jesús, vaya lindezas les decías a tus contemporáneos. No te
dejabas llevar por lo políticamente correcto. Me recuerda aquella vez en
que San Juan Pablo II, al poco de ser elegido Papa, viajó a París. Tenía
previsto recibir a un grupo multitudinario de jóvenes. Allí estaban también
obispos, cardenales, etc. Después de los aplausos iniciales, el Papa empezó un
discurso, con la voz que tenía entonces… En un momento dado, sin venir a cuento
los jóvenes le interrumpieron con voces y aplausos: —¡Viva el Papa! El
Santo Padre les cortó con fuerza: —¡Basta! ¡Callaos! Se hizo un silencio
increíble. En voz baja un obispo murmuró: —Esto es el fin. Después,
todos, rompieron en una carcajada imponente, una carcajada liberadora, a la
que siguieron nuevos aplausos. Desde 1968 nadie había osado, ni en privado ni
en público, decir no, hacer callar a los jóvenes. Aquellos chicos se percataron
que el Papa nada tenía que ver con la superficialidad a la que estaban
acostumbrados.
Jesús,
ayúdame a ser políticamente incorrecto y a dejarme exigir.
¡Ay de vosotros, maestros de la Ley, que
os habéis quedado con las llaves del saber! (Lc 11, 52).
De broma, uno comenzó a tararear: ♫ Dónde están las llaves,
matarile rile rile…♫ Y todos miraron con sospecha a San Pedro. —¡Que no
os enteráis de nada! gruñó Simón Pedro. —Son otras llaves, no la de los
Cielos, sino las llaves del saber. Pero acaso ¿no son las mismas?
Jesús
te pido por los catequistas, profesores ¡Qué responsabilidad!
Propósito: conseguir copia de esas
llaves.